El beso de Papá

       Ya casi lograba yo olvidar la triste noche roja, cuando nos ensañamos contra aquel borrego, junto al fuego, hasta dejarlo destrozado: Quedé todo embarrado de sangre, pero algo se embarró a mi corazón, que ahora sé que nunca se apago por completo.
Así, sin saber con precisión ni el cómo ni el de dónde ni el por qué, avanzaba yo, integrado en una marcha o peregrinación, a través de parajes desiertos, entre arenas, rocas y cactáceas. El río humano se movía a paso acompasado y lento. Era el río de los desharrapados, el río del desperdicio humano: ladrones drogadictos, borrachos, putas y putos, madres solteras, vaquetones de barrio... Un río despreciado y solidario, pecador y creyente, que expresaba su vaguísima esperanza en la monotonía desentonada de su único canto a gritos repetido:

"Desde el Cielo una hermosa mañana
la Guadalupana, la Guadalupana,
la Guadalupana bajó al Tepeyac".


       Este clamor esperanzado, mezclado con aromas de sudor, de alcohol, de orines y de marihuana, penetraba la bóveda azul y luminosa y entraba al corazón tierno de Papá, quien sonreía, con la mirada humedecida.
El interminable río iba vertiendo su infrahumano caudal en algo así como un tiradero de basura, en el que en asquerosa y maloliente promiscuidad hervía un mar de brazos, piernas, cabezas y cuerpos desnudos. De vez en cuando, una motoconformadora enorme removía aquel mar de desperdicios, y lograba opacar la monótona esperanza:

"Desde el Cielo una hermosa mañana
la Guadalupana, la Guadalupana,
la Guadalupana bajó al Tepeyac".


       En una de esas removidas, sentí que un juvenil cuerpo masculino se adosaba al mío, y me abrazaba fuertemente. Como quien siente que se sofoca y que se ahoga, instintivamente traté de soltarme aun arrancando de él a otros, a quienes él también se aferraba. Me apretó más, aun lastimándome, y no me fue posible soltarme; ni soltó él a nadie de los que tenía abrazados.
Calmada la agitación, nuestros rostros quedaron frente a frente. Al tiempo que reconocí su mirada y su sonrisa -hacía poco había estado yo en su casa, en el Rancho de la Flor-, estando aún estrechados nuestros pechos, oí en mi corazón una voz que en el suyo le decía:

"Yo a ti te quiero un chingo, hijito mío,
y me llena de orgullo el ser tu padre".

       Quise decirle algo, no sé ni qué. Pero me fue imposible: ya se me había perdido entre los cerros de basura humana.
Entonces le grité, seguro de que me escuchaba:

"¡Así te quiero más, Jesús!: Anónimo,
y puesto totalmente con nosotros".

       Los ecos de mi grito se confundieron en la monotonía de aquella fe pecadora, que, constante, se seguía escuchando:

"Desde el Cielo una hermosa mañana
la Guadalupana, la Guadalupana,
la Guadalupana bajó al Tepeyac".


       Dos o tres años después, un miércoles por la noche, bajo luna casi llena, volví con mis hermanos a aquel sitio, para enfrentarme con Jesús: para pedirle cuentas, y exigirle una respuesta:

"Jesús, va nos sabemos de lo que hablas:
Lo de la sinagoga de tu pueblo
y lo de más después, en la Montaña:

¡Que hermoso nos platicas de Papá,
y de sus decisiones y sus dádivas..!
¡Pero cómo son falsas tus palabras!".


       Jesús, ante aquel basurero que seguía cantando "La Guadalupana", tuvo que quedarse callado. Se le veía triste, nervioso, preocupado. Como muchas otras noches, se retiró un poco de nosotros.
Ya para dormimos, hice mi oración nocturna:

Yo ya no confío en ti,
Papá. Pero no importa:
tú sí confías en mí.
Dame un beso, y me sobra".


       Papá me dio su beso, y tranquilizó mí corazón. Con ese beso suyo respondió a todas mis preguntas.
Al otro día, jueves, Jesús nos invitó a cenar. Desde allí, en la cena, y a lo largo del día siguiente, viernes, fue respondiendo, una a una, a todas mis preguntas.
Cuando el aliento le fallaba, lo alentó su compañero, con quien yo me había cruzado en aquel río:

"No te olvides de mí cuando la libres..."; y yo sentí que él, aunque se fuera, seguiría siempre conmigo.

       Y a partir del tercer día, y hasta hoy, y para siempre, nos acompaña a mí y a mis hermanos, para que llevemos a todos la verdad del beso de Papá..; beso que Papá nos diera antes, en el tiradero de basura, perdidos en el desperdicio humano, cuando quiso poner a su hijo con nosotros.

FxsI

No hay comentarios.:

Publicar un comentario